sábado, 13 de mayo de 2017

Vivir con fibromialgia: "Sentía vidrios que se quebraban dentro mío"

Blanca Mesistrano, paciente de fibromialgia. Fotos Alfredo Martinez
Vivir con fibromialgia: "Sentía vidrios que se quebraban dentro mío"

Por los dolores y la híper sensibilidad, Blanca Mesistrano llegó a dejar de lado su vida habitual. Ya recuperada, armó una asociación de ayuda a pacientes.
Durante tres años, Blanca Mesistrano implementó una organización personal que no dejaba nada librado al azar. Si se acercaba un cumpleaños familiar, descansaba los dos días previos y dejaba libres los siguientes; había instalado la pava eléctrica al lado de la cama y tenía en la mesita de luz saquitos de té, café y sopas instantáneas; o antes de sentarse en un bar a tomar un café chequeaba si el nivel de ruidos era tolerable para sus oídos sensibilizados.

El motivo: un cuadro de fibromialgia -una condición de salud caracterizada por dolores crónicos, exacerbación de los sentidos, agotamiento, confusión, entre otras características; y que, al tener síntomas tan difusos, suele ser difícil de determinar.

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Los puntos desencadenantes para ella fueron un accidente de tránsito, camino a una reunión de trabajo, -que le generó dolores insoportables y ninguna lesión concreta-, y un estrés desmedido acumulado durante años.
“En los días siguientes al choque, no podía subir a un taxi. Sentía que se quebraban vidrios dentro mío. Llegué hasta no soportar el contacto con las sábanas”, cuenta a Entremujeres, recuperada desde hace algunos años.
“Los estudios que me hicieron en la ART daban que no tenía fracturas y que estaba en condiciones de trabajar. Pero yo estaba verdaderamente mal”, cuenta.
Decidió, entonces, hacer otra consulta. “Tuve muchísima suerte porque el primer médico al que fui a ver dio con mi diagnóstico. No suele ser así. Muchas personas están hasta dos años sin saber qué tienen y con malestares cada vez más intensos”, cuenta.

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Momento de inflexión
Antes de ese episodio, ocurrió cuando tenía 55 años, Blanca tenía una disposición sin límites hacia su trabajo, en el sector de ventas de una empresa importante. Iba tras las metas, siempre cambiantes, que le imponían, y el "no" estaba descartado de sus respuestas.
“Si tenía que ir a visitar un cliente un domingo, allá partía. Me quedaba en la oficina hasta que tuviera mis tareas resueltas y me olvidaba de almorzar con tal de cumplir con todo lo que tenía que hacer”, detalla.
Con los dolores exacerbados y un diagnóstico concreto, se dio vio obligada a repensar su rutina. “Mi valoración personal estaba puesta en los logros laborales y mi círculo social también estaba relacionado con la vida corporativa. Viajaba por convenciones, tenía eventos, y eso me gustaba”, agrega.
Tomó el tiempo de licencia que pudo -tres años en total, con la presión de sus empleadores para que renuncie-, hasta que negoció un retiro voluntario. “Con esa plata y la venta de mi auto, pude acomodarme hasta cumplir la edad de jubilación”, dice.
Tenía que ocuparse de su cuerpo y puso en eso los recursos que tenía al alcance. “La energía que ponía en trabajar, empecé a enfocarla en tratar los síntomas”, reconoce.
Además de tomar una medicación específica, “probaba las técnicas que me recomendaban mis médicos, participaba en foros internacionales de pacientes y buscaba otras opciones que pudieran hacerme bien. Iba atacando síntoma por síntoma".
Su agenda empezó a estar cubierta por horarios de terapia, aqua gym, taichi, prácticas de respiración, meditación o de ejercicios para agilizar la memoria.
También le dio un giro a su dieta. Suprimió las comidas industrializadas -que están considerados como uno de los desencadenantes de estos cuadros-, reforzó la cantidad de vegetales y comenzó a tomar suplementos antioxidantes.
El esfuerzo dio sus frutos. Los síntomas empezaron a ceder y sus nuevos hábitos, a delinear su nueva forma de vida. “Tomé a la fibromialgia como a una amiga y compañera y empecé a ver qué tenía que aprender de ella”, completa.

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Su siguiente paso fue armar la Asociación Fibroamérica, de apoyo a otras personas con esta enfermedad y también, con fatiga crónica y sensibilidad química múltiple -dos condiciones muy relacionadas con la fibromialgia.
El asesoramiento sobre los derechos laborales de quienes tienen esta enfermedad (en un 98 por ciento, mujeres) y al acceso a un certificado de discapacidad, los talleres de emprendedorismo -una alternativa posible para quienes tienen estos síntomas-, son algunas de las tareas principales. Uno de los orgullos en estos años: el caso de una señora que aprendió a leer y escribir, para participar en los foros y saber más sobre lo que le pasaba.
“Mi musa es una mujer que tiene un trabajo con exigencia física e hijos chicos y está atravesando por la fibromialgia. No es una persona concreta, es un prototipo que armé en mi cabeza y que me impulsa a seguir avanzando en mi tarea”.
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viernes, 12 de mayo de 2017

Pak choi, la col asiática que parece una acelga: cómo usarla en la cocina



Pak choi, la col asiática que parece una acelga: cómo usarla en la cocina

Ingrediente muy común en la cocina asiática, el pak choi empezó a llegarnos hace poco a través de tiendas orientales y especializadas. En los últimos años se está volviendo tan popular que ya podemos encontrar esta rica col en todo tipo de comercios, pues además cada vez se cultiva más en nuestro país. Pero como su curioso nombre todavía despierta algunas dudas, hoy vamos conocer un poco más sobre el pak choi y cómo usarlo en la cocina.

La primera confusión puede venir precisamente de su nombre, ya que se puede encontrar con diferentes apelativos: pak choi, bok choy, col china, paksoi o repollo chino son los más comunes. Parece una especie de acelga pero en realidad es una col, y aunque cuando es muy joven se puede tomar cruda, conviene cocinarla brevemente. Es una verdura muy versátil con un sabor delicioso que combina muy bien con todo tipo de ingredientes y aromas.
Pak choi, la col exótica que parece una acelga

El pak choi (Brassicca rapa chinensis) pertenece al grupo de las crucíferas, entre las que se encuentran verduras como el brócoli, la coliflor, el repollo, la lombarda o el nabo. Aunque a primera vista nos recuerda a las acelgas, en realidad son por tanto de familias diferentes, y tiene un sabor también muy peculiar y característico. A diferencia de otras coles chinas, en su desarrollo no forma cabezas sino que es una planta de hojas agrupadas de forma similar a la mostaza o el apio.

Podemos describir esta col como un cogollo abierto de tallo o tronco blanquecino y ancho, no muy largo, con hojas amplias y carnosas de tonos verdes más o menos oscuros. Crece en forma de planta que no alcanza más de 50 cm, dependiendo de la variedad. Es un cultivo tradicional de países asiáticos, sobre todo de China y Japón, pero en los últimos años también se está cultivando pak choi en Europa con buenos resultados.En España destaca la producción de Almería.

Para hacernos una idea de su sabor podemos probar las hojas en crudo, descubriendo unas notas amargas que nos recordarán a la endibia. Sin embargo, es mucho más rica cocinada, ya que se vuelve más suave y desarrolla matices dulces muy agradables, similar a la espinaca. Los tallos tardan más en cocerse pero la combinación de su puntito crujiente con las hojas tiernas es toda una delicia en el plato.
Cómo cocinar con pak choi en casa

Cuando nos llevemos el pak choi a casa podemos conservarlo en la nevera, sin lavar, durante unos tres días, mejor en una bolsa perforada o directamente sin embolsar. Antes de cocinar siempre conviene lavar bien todas las hojas y pencas y retirar las posibles partes dañadas, desechando únicamente la base más dura donde se unen los tallos.

Podemos cortar las hojas para separarlas de las pencas y cocinarlas por separado, troceándolas, picándolas o cortando todo en juliana o tiras anchas. Para apreciar mucho mejor el sabor del pak choi y no perder su rica textura hay que procurar dejarla siempre al dente, ya que no aguanta bien largas cocciones. Por eso, si buscamos suavizar los tallos, es mejor cocinarlos antes de añadir las hojas.

Esta col se puede cocinar casi como cualquier otra verdura pero es especialmente agradecida en salteados rápidos, al wok o cocida al vapor. Podemos añadirla a sopas y guisos siempre echando las hojas en el último momento, mejor si es ya fuera del fuego, como haríamos con unas espinacas. Una forma muy sencilla de preparar el pak choi es cociendo las hojas al vapor un máximo de 3 minutos y sirviéndolas con semillas de sésamo tostadas, un poco de salsa de soja y un aceite aromático. Las especias picantes también le van muy bien, así como otras semillas y frutos secos.

Si lo vamos a incorporar a otros platos, podemos blanquearlo en agua salada o caldo hirviendo durante 1 minuto, pasándolo rápidamente a un cuenco con hielo. Después es suficiente con saltearlo a fuego vivo uno o dos minutos más. También es excelente como relleno de rollitos, empanadillas y otras masas similares, acompaña muy bien platos de pasta o arroces y se puede cocinar a la plancha cortado en cuartos o mitades.

Como todas las coles, el pak choi es rico en agua fibra y vitaminas, tiene muy pocas calorías y es saciante, pero ligera y fácil de digerir. Si todavía no habéis tenido la oportunidad de probar esta col, os animamos a buscarla en vuestros establecimientos habituales para experimentar con ella en casa. A los amantes de la cocina asiática les encantará, pero también será todo un descubrimiento para cualquiera que disfrute con buenas verduras en la cocina. ¿Tenéis alguna receta de pak choi que queráis compartir?

Fotos | iStock.com


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